La tara de nuestro tiempo

En los años setenta, cuando yo iba a la universidad, era frecuente que algunos estudiantes argumentaran a favor del asesinato político con ese automatismo moral tan conforme a la psicología de los jóvenes revolucionarios. Después, durante los años en que ETA no paraba de asesinar, no faltó quien se preguntaba, cuando la víctima no era policía ni militante del PP, cómo era posible que hubiesen matado precisamente a aquella persona; ni tampoco quien se mantenía en la feliz bobería de los equidistantes («ETA-Aznar, dialogad», rezaban las pancartas de los manifestantes), actitud que necesariamente admite la posibilidad, y, por ende, la legitimidad, del asesinato político.

        Ahora, la reciente aparición en castellano de los artículos que Albert Camus publicó en Combat (La noche de la verdad, Debate), con un prólogo muy certero de Manuel Arias Maldonado y en impecable traducción de María Teresa Gallego Urrutia, me trae a la memoria esos malos recuerdos. Cuando el enemigo de todos era la Alemania nazi, Camus tuvo, él también, una cierta posición equidistante entre las injusticias del capitalismo y las monstruosidades del comunismo, pero con el tiempo se fue dando cuenta de qué era esencial en la lucha por la dignidad humana y, en el conjunto de artículos que reunió en 1946 con el epígrafe «Ni víctimas ni verdugos», ya se encuentra en una posición de defensa de una democracia socioliberal de alcance internacional y de condena sin paliativos del asesinato político y sus pulcros justificadores intelectuales. Estos ―dice Camus― son incapaces de imaginar la muerte de los otros y califica de «tara de nuestro tiempo» ―un tiempo en que «se ama por teléfono»― ese alejamiento, material y moral, de la realidad. Hoy, que se odia, más que se ama, por el teclado de un teléfono móvil conectado a todas las redes sociales, la incomprensión de los hechos concretos es aún más profunda y servil, y con ella vuelve a banalizarse el crimen. Así, Pablo Iglesias ha podido hacer tuits de homenaje al Che Guevara; el Partido Comunista ―integrado en la coalición Unidas Podemos― puede reivindicar la figura de Stalin; los herederos de ETA se pueden considerar hombres de paz, y un presentador de la televisión pública catalana puede decir tranquilamente por los micrófonos de Catalunya Ràdio que se necesitan catalanes dispuestos a morir. Se le entiende: el que está dispuesto a morir por una causa, todavía está más dispuesto a matar por una causa. No voy a pedir que toda esa gente se ponga a leer a Camus ―no hay peor sordo que el que no quiere oír―, pero sí que los pocos capaces de entender qué significan las revoluciones y las ideologías totalitarias no olviden nunca su firmeza moral.

(Publicado en Quadern de El País, 08-03-2021)

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