Sociedad de la falsificación

El sociólogo Manuel Castells ha definido como “sociedad red” la estructura social derivada de la eclosión de las tecnologías digitales, una revolución que, al parecer, nos obliga a replantear todo lo que antes teníamos por cierto. Hablando ya con la autoridad que le confiere el cargo de ministro de Universidades, Castells ha ido ofreciendo detalles de los principios que han de regir el nuevo mundo. Uno de los más conspicuos lo anunció hace unos meses asegurando que los estudiantes que copian bien dan prueba de inteligencia y que la obsesión por que no lo hagan es “un reflejo de una vieja pedagogía autoritaria”. El ministro no estuvo, en ese elogio de la falsificación, demasiado original; su punto de vista se emparenta estrechamente con una vieja pedagogía antiautoritaria que considera la existencia de la verdad un mito de la derecha. Para apartarse de este, el estudiante progresista hará bien en iniciarse en el aprendizaje del fraude, una habilidad que le puede ser muy útil en su vida profesional, sobre todo teniendo en cuenta que la parte más extensa de lo que circula por la sociedad red y un cierto periodismo dispuesto a asimilarse a ella hacen honor a las convicciones del ministro: el compromiso con la verdad ya no es sino un atavismo.

     Entre la bendición del alumno que copia y el profesional de la información que no cree en la necesidad de informarse bien de lo que divulga se despliega un largo hilo conductor, y es en ese último tramo del hilo, en el océano de falsificadores que ofrece un periodismo convencido de que la subjetividad del individuo anula la objetividad de los hechos, donde Arcadi Espada ha pescado, a lo largo de dieciocho años, algunas de las perlas que elabora la profesión y que ahora acaba de reunir en La verdad (Ediciones Península) con un prólogo de Ferran Caballero.

        Sobre la verdad y los intentos de abolirla se han publicado estos últimos años obras de un interés muy notable, pero pocas llegan a mostrar tan claramente los subterfugios de lo que ahora se conoce como posverdad y que no es la simple mentira, sino un menosprecio institucionalizado por la verdad de los hechos. Los hechos son de una tozudez insistente a la hora de reclamar atención, pero más tozuda es aún la tendencia humana a ignorarlos. Ya lo observó Josep Pla en Notas del crepúsculo*: “La gente solo entiende las cosas utópicas e hipotéticas. En cambio se necesita una gran inteligencia para entender el empirismo real y concreto. Hay que poner mucho más empeño, atención y esfuerzo”. Y justamente de eso es de lo que tratan los textos de La verdad, de la atención y el esfuerzo que, ya sea por pereza moral o intereses espurios, renuncian a poner en su trabajo los beneficiarios de la sociedad red.

*Traducción de Xavier Pericay

(Publicado en Quadern de El País, 14-11-2021)

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