Hace un par de semanas se estrenó en España la película de John S. Baird que recrea el final de Stan Laurel y Oliver Hardy como pareja de actores, la decadencia física de Hardy, y una amistad superior a los recelos y los rencores que había también entre ellos. Los films biográficos suelen ser insustanciales y tediosos, y por lo general un poco grotescos. Éste, Stan & Ollie (El gordo y el flaco), lo fía todo a la compasión que esos dos personajes del cine cómico despiertan en sus admiradores, y lo puede hacer porque los actores que los encarnan interpretan sus papeles con la exactitud posible y la contención necesaria. La película no es mucho más que eso, pero nos da pie a recordar los procedimientos de esos dos maestros del desastre.
En sus cortometrajes, además de las confusiones de sombreros, las caídas de culo y los mamporros en la cabeza, aparece a menudo la repetición obstinada de un mismo fracaso. En Night Owls (Los ladrones) se disponen a robar en una casa, y, tras las vicisitudes de rigor, Stan penetra por una ventana. Ollie corre hacia la puerta a esperar que le abra su compañero; éste sale a recibirle con una sonrisa de satisfacción, y en cuanto sale cierra la puerta y ambos vuelven a quedar en la calle. De nuevo, intentan entrar por la ventana y se repite la misma secuencia con escasas variaciones, y, con las diferencias de desenlace que permitirán abandonar el círculo vicioso, vuelve a producirse por tercera vez. La norma general es que no hay que insistir en una misma broma, pero la grandeza de Laurel y Hardy se encuentra precisamente en la insistencia inútil, que es una de las cosas que caracterizan la vida humana. En The Music Box (Haciendo de las suyas), la repetición del fracaso llega al virtuosismo. Los dos colegas, que son transportistas, tienen que subir un piano por las largas escaleras que conducen a uno de esos apartamentos de Los Ángeles construidos sobre una colina. El piano, embalado en una caja de madera, se les escapa una y otra vez de las manos y se precipita por las escaleras. Fascinado por esta película, Ray Bradbury escribió un relato titulado Another Fine Mess (Otro buen lío) en el que una mujer que, en los años noventa, vive en un apartamento contiguo al del rodaje de The Music Box, oye cada noche las voces de dos hombres que discuten, acompañadas de golpes y sonidos diversos y de notas que resuenan. Con la ayuda de una amiga experta en el Hollywood antiguo, entiende que se trata de los fantasmas de Stan Laurel y Oliver Hardy, condenados a repetir sin descanso la frustrada ascensión del piano. Si el relato se hubiese interrumpido en ese punto, los dos cómicos habrían podido competir eternamente con el mismo Sísifo, pero Bradbury les presenta como dos almas en pena que no podrán dejar de cargar el piano por las escaleras hasta que alguien les diga que les quiere. Y es lo que les gritan las dos mujeres con todas sus energías: “¡Os queremos!”. Y es lo que demuestra, una vez más, que el sentimentalismo siempre queda en evidencia.
(Publicado en Quadern de El País, 28-03-2019)