La estrafalaria traición


En el Quadern de El País del 7 de febrero, Josep Massot informaba de la donación a la Biblioteca Nacional de Catalunya del archivo de Sebastià Gasch, que, entre otros documentos, reúne la extensísima correspondencia del crítico: un total de 12.000 cartas. Aún no he podido comprobar si, en ese conjunto, están las que le dirigió Lluís Valls Areny (1927-2007) en los años 50 del pasado siglo, pero hace años que conozco, por lazos familiares, las que Gasch escribió a ese pintor. Son cartas llenas de afinidad con el espíritu y la obra de Valls Areny, que considera heroica en las condiciones de repudio que encuentra en las comarcas catalanas toda tela que no muestre la exuberancia del paisaje con la luz estridente y los colores ostentosos de la tradición local. La pintura que aspira a ser solo pintura no se propone nunca reproducir las cosas del mundo para mimar sus formas y presentarlas de modo que halaguen de inmediato el goce doméstico, sino que se apodera de ellas a su arbitrio para crearlas de nuevo. Esa fue siempre para Gasch, en consonancia con el pensamiento moderno, la esencia que separa el arte de sus sucedáneos. «Ya sabe usted cómo le admiro —dice a Valls Areny en una carta del 21 de junio de 1957—, cómo admiro su esfuerzo persistente, por aligerar su pintura de cosas superfluas y hojarasca». El pintor, que nació y vivió en Castellar del Vallès, había empezado a ejercer su oficio pintando del natural, pero no tardó en darse cuenta de que lo que él quería extraer del paisaje solo lo podía obtener en el taller tras una laboriosa depuración formal, y ese descubrimiento le fue llevando a explorar sin pausa caminos alejados de sus orígenes. A Gasch se le hizo evidente al instante que Valls Areny no pintaba «para contentar a sus tías», como dijera su amigo J.V. Foix hablando de los poetas; y reconocer una clara voluntad artística en un pintor de comarcas le motivó a dedicarle una de las columnas que escribía semanalmente en la revista Destino (nº 1000, 6 de octubre de 1956, p. 71). El artículo tiene especial valor porque Gasch, como reiterará después en la correspondencia con Valls Areny, explica uno de esos fenómenos que, sin dejar de ser de una obviedad abrumadora, no suelen nombrarse públicamente. «A fuerza de ser prodigado hasta la saciedad —escribe en referencia al paisajismo catalán— engendró las obras más triviales que registra la historia de la subpintura». Y añade, poco después, que «son todavía legión los pintorzuelos que continúan hallando satisfacción en esa estéril estandardización». Esa satisfacción, que el tiempo no ha sabido moderar, ha trabajado siempre con porfía para impedir el paso al talento, y la evolución de Valls Areny hacia una pintura que, en los años en que la contempla Gasch, se fue robusteciendo con la asimilación de las tendencias modernas, provocó durante años las iras de los villanos, quienes, en palabras del crítico, no supieron ver en ella más que una «estrafalaria traición».

(Publicado en Quadern de El País, 28-02-2019

 

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