Helen Gurley Brown, empresaria, escritora y editora norteamericana del siglo XX, entendía el feminismo en un sentido diametralmente opuesto al que ha acabado apoderándose del movimiento. Para Brown, luchar por la libertad de la mujer significaba principalmente dotarla de la fuerza moral necesaria para proclamar y mantener su independencia de espíritu como esposa, como amante o como objeto de provocación sexual: como lo que le diera la gana de ser en cualquier momento de su vida. El cambio radical que introdujo en Cosmopolitan a partir de 1965, cuando fue nombrada redactora jefe de la revista, contribuyó a elevar las aspiraciones del feminismo vinculándolo audazmente a la revolución sexual de los sesenta. No todo el mundo lo vio con buenos ojos: sus portadas de chicas en biquini ofendían tanto al puritanismo de raíz tradicionalista como al de raíz feminista, y es ese último el que, habiéndose cargado de la rabia necesaria para pasar a la acción, se presentó un buen día en la redacción de Cosmopolitan en la persona de la biliosa activista Kate Millet, quien, acusando a Helen G. Brown de reaccionaria por su fomento de la depredación masculina, la acorraló contra un radiador y la llenó de improperios y amenazas. Esto ocurría en 1970, dos años después de que Valerie Solanas disparase fatalmente contra Andy Warhol por su prepotencia machista. Lo digo solo por dejar constancia de una determinada tendencia que plantó semillas en el feminismo de aquellos años, el de segunda ola.
En un artículo de 2012 dedicado a honrar la memoria de Brown con motivo de su muerte, la ensayista y profesora de humanidades Camille Paglia ve en el asalto al Cosmopolitan el momento en el que el feminismo empieza a tomar formas retorcidas. La tendencia que no tolera la libertad de elección de las mujeres y que exige que los hombres se consideren genéricamente viles, toscos y ofuscados pronto desembarcaría en las universidades y proveería de doctrina a los medios de comunicación y los gobiernos. Paglia tuvo siempre la energía necesaria para denunciar ese proceso. Tratar a las mujeres —dice— como más vulnerables, virtuosas o dignas de crédito que los hombres es «reaccionario, regresivo y, en última instancia, contraproducente». El artículo sobre la señora Brown se ha editado no hace mucho en una obra que, con el título de Provocations, recoge escritos y declaraciones de Camille Paglia de los últimos veinticinco años. Sus intereses son múltiples: habla con pasión de literatura, música, arte, cine, moda, religión. Adora el exhibicionismo, de Oscar Wilde a David Bowie, de Mae West a Madonna. Se presenta como progresista, feminista y transgénero, después de dejar claras las enormes distancias que la separan de los colectivos identitarios. La ideología triunfante la considera sometida al heteropatriarcado y le echa sapos y culebras.
(Publicado en Quadern de El País, 31-01-2019)