La cuarta ola

Si en el curso de una conversación espontánea alguien se atreve a poner en entredicho las convicciones del feminismo contemporáneo, es probable que sus interlocutores le hagan saber que en esos asuntos no se aceptan disidencias. Es esta una actitud que empezó a notarse en 2004 con la aprobación de la Ley contra la Violencia de Género. En opinión de más de un jurista, esa ley dejaba tocada la presunción de inocencia, pero dudar de su legitimidad era mostrarse insensible al sufrimiento de las mujeres. Catorce años después, con casi un millón y medio de hombres denunciados y un total de 177.294 condenas —una de las cifras más bajas de la Unión Europea—, aún no se permite suponer que la ley tal vez incentiva las denuncias falsas. Insinuarlo es ofender, y esa y otras objeciones a la perspectiva de género provocan en la cara de ciertas personas un rictus de reprensión moral que antiguamente habíamos visto en los guardianes del puritanismo y que ahora vuelve a servir de máscara de la ofensa, como si toda discrepancia se hubiese vuelto obscena. Si se niega, por ejemplo, la existencia de la brecha salarial, entendida como la asignación de un sueldo inferior a una mujer para realizar el mismo trabajo que un hombre, se recibe al instante una respuesta indignada. Es indiferente que el artículo 28 del Estatuto de los Trabajadores, vigente desde 1980, prohíba la desigualdad de salarios; lo único que importa es la representación del drama. Los hechos no pueden competir con las ideas.

        Si el feminismo de cuarta ola, que así es como se llama la tendencia actual a imponer la ideología de género, se limitara a impedir las discusiones privadas, la situación ya sería de una gravedad considerable, pero como Moloc exige cada día nuevos sacrificios. En algunos países, especialmente en los anglosajones, ya ejerce un poder despótico en todos los ámbitos donde se ha hecho dominante: impide la libertad de expresión en las aulas, reclama la censura de libros y obras de arte, se apodera del lenguaje y demoniza a los hombres blancos heterosexuales. No son pocos los pensadores, los sociólogos y los psicólogos que han empezado a denunciar tal delirio, auspiciado por los poderes públicos, la universidad y los medios de comunicación, pero es probable que no haya sobre el tema un ensayo más completo, riguroso y batallador que el que acaba de publicar la filósofa francesa Bérénice Levet con un título que reclama una urgencia: Libérons-nous du feminisme! Levet pone las cosas en su lugar cuando demuestra que el feminismo de cuarta ola, una prolongación exacerbada de la tercera, no es una lucha en defensa de unos derechos, sino una ideología que presenta todos los atributos de los movimientos totalitarios definidos por Hannah Arendt. La ensayista constata que ese trabajo de destrucción está carcomiendo sin tregua los fundamentos de la tradición liberal, y pide a los franceses que no se dejen someter. Nos conviene que le hagan caso: si cae Francia todo cae.

(Publicado en el Quadern de El País, 22-11-18)

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