Cosas raras

El prestigio de la pseudociencia, especialmente en el terreno de las llamadas medicinas alternativas, se fue fortificando con el tiempo a medida que la ciencia extremaba el rigor y ofrecía resultados cada vez más fiables. En la situación actual, cuando el método científico ya queda fuera de toda duda, el rechazo de las vacunas o de los tratamientos del cáncer, la satanización de la industria farmacéutica, la guerra contra los transgénicos, y una extensa relación de oscurantismos varios han tomado posesión de una parte importante de la opinión pública más bien informada de la historia. Michael Shermer, que a las crencias infundadas les llama «cosas raras», ha explorado a fondo las estrategias, la psicología y las implicaciones del pensamiento irracional, y ha mostrado cómo la formación académica y la capacidad intelectual —la que miden los tests de inteligencia— no inmunizan contra la ofuscación, y cómo las habilidades dialécticas permiten defender mejor las opiniones absurdas. Esa constatación explica seguramente por qué hay tantas personas con estudios superiores y aparentemente sensatas que se dejan arrastrar por el torrente de la fantasía.

            Aplicadas a la política, las cosas raras siempre acaban teniendo un efecto catastrófico. Así como la pseudociencia ha crecido en el combate contra el éxito del rigor científico, la pseudopolítica se ha fortalecido con la extensión y la consolidación de las libertades democráticas. Como la pseudociencia, la pseudopolítica niega o ignora las evidencias que la contradicen, ya sean éstas históricas, jurídicas, económicas o sociológicas. Una y otra engordan con la sugestión verbal. «Alternativo» y «natural» son, como «paz» y «diálogo», promesas de redención; y la clásica expresión «imperio de la ley», perfectamente intercambiable con «Estado de derecho», causa a veces una especie de reacción rabiosa en algunos periodistas, tertulianos y políticos que inconscientemente asocian a la palabra «imperio» todos los abusos de las tiranías. El mesianismo es también una característica común a uno y otro fenómeno. En Cataluña nos hallamos en la rarísima circunstancia de tener a un pseudopresidente de una pseudorepública con sede en Bruselas dispuesto a explicar al mundo que se sintió poseído por una fuerza que lo empujó hacia su destino. Este pseudopresidente ha hecho además una revelación de aires proféticos: «Cataluña será un Estado moderno, soberano y justo si es capaz de situarse en la vanguardia democrática de Europa. Queremos que Cataluña sea una república nativa digital». Entre los siglos XX y XXI el país ha producido ufólogos, astrólogos y parapsicólogos de fama internacional, y también ha producido políticos convencidos de defender la misma causa que Mandela, Luther King o Rosa Parks. Lo que votamos el día 21 es si la pseudopolítica debe seguir siendo la norma.

(Publicado en el Quadern de El País, 14-12-17)

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