El espíritu partidista y su correlato más nocivo, la voluntad popular, se han ido apoderando de una cierta idea de democracia que hoy pugna de nuevo por hacerse soberana, pero no son pocos los pensadores de la sociedad abierta que han considerado el partidismo, y la fe de las masas que este cultiva y recoge, como los principales enemigos de la libertad. Es una inquietud que ya tenían algunos de los ilustrados y que halló su primera confirmación en la experiencia de los pensadores que conocieron la Revolución francesa. De todos ellos, tal vez ninguno fue tan eficaz, en la disección de los órganos internos del partidismo y en la expresión del horror que la visión de estos ha de causar en los espíritus libres, como Anne-Louise Germaine Necker (1766-1817), más conocida como Madame de Staël, de cuyo fallecimiento se cumplieron doscientos años el pasado mes de julio. Ilustrada y romántica como todos deberíamos esforzarnos en ser, Madame de Staël admitía que las pasiones constituyen la esencia del carácter humano, y ella vivió las del corazón con la mayor entrega, pero nada la puso tan en guardia como la irracionalidad organizada. Con una visión clásica de la verdad que en el siguiente siglo Julien Benda expondría y reclamaría en La traición de los clérigos, Madame de Staël ya dejó escrito que el juicio humano solo puede desarrollarse cuando se alcanza la más absoluta imparcialidad. Empezó a trabajar en su obra De la influencia de las pasiones en 1792, cuando tenía 26 años y Francia se encontraba a las puertas del régimen de terror que sucedió a la Revolución, pero no la acabaría hasta unos años más tarde, y la experiencia que vivió en este tiempo tuvo forzosamente que enriquecer sus observaciones sobre la potencia destructiva de las ideas fijas. Ya sabía, por su conocimiento de la historia, que la opinión pública jamás decidió su propia opinión, y ha visto que los hombres, cuando se reúnen, no se comunican más que por la electricidad que los mantiene unidos y no hacen más que poner en común sus sentimientos. “No es la inteligencia de cada uno —concluye—, sino el impulso general el que produce un resultado, y ese impulso lo da el individuo más exaltado”. En un siglo XXI que nos ha devuelto el prestigio de las masas en movimiento, en un movimiento incruento, más flácido que sus antecesores de los siglos XIX y XX, pero movimiento de masas en toda su plenitud, las palabras de Madame de Staël deben indignar a quienes creen y hacen creer que poner en la calle a centenares de miles de seres electrificados legitima todas sus aspiraciones. En «El espíritu de partido», un capítulo de De la influencia de las pasiones que debería ser de lectura obligada en las aulas, advierte que ese espíritu constituye el peor de los males: el fanatismo y la fe, los dos sentimientos que lo componen, son los más ciegos y violentos que ha conocido el mundo.
(Publicado en el Quadern de El País, 14-09-17)