En Voltaire contre-attaque, el ensayo que el pensador francés André Glucksmann publicó en 2014, un año antes de morir, se define nuestra época como “la anarquía de los saberes y las opiniones”. El problema no es solo que todo el mundo quiera hacer valer su opinión, sea o no pertinente, fundamentada o contrastada, sino que la sociedad vea la esencia de la democracia en esa actitud viciosa y perturbadora. En tal estado de cosas, todo es afirmable o negable a conveniencia del que habla y la verdad tiene que dejar forzosamente de existir, como siempre quisieron los que desde las escuelas y los medios de comunicación no desaprovechan nunca la oportunidad de proclamar su inexistencia. Tuvieron que llegar las redes sociales para que pudiera vivirse en plenitud el viejo sueño del igualitarismo: la anarquía de los saberes y las opiniones.
En los últimos años, con el acceso al poder de dirigentes políticos que en Twitter y en Facebook navegan por las mismas corrientes del odio, la falacia y el autoelogio que sus seguidores, la sociedad democrática tal como la hemos conocido hasta ahora en los países occidentales ha empezado a desdibujarse, y ese es el terreno cenagoso en el que, entre muchos otros fenómenos, han florecido el trumpismo, el Brexit y el Procés. El pasado 24 de septiembre, Xavier Vidal Folch y José Ignacio Torreblanca publicaron en El País un reportaje que, con el título de “Mitos y falsedades del independentismo”, recogía y explicaba las principales falsificaciones de la economía, la historia, el derecho y la condición política de España con las que el procesismo ha plantado sus poderosas raíces. No parece que el reportaje haya servido, entre los aludidos, más que para redoblar la animadversión que exhiben contra todo aquel que se permite ponerlos en tela de juicio; es característica prominente de la anarquía de los saberes y las opiniones que la denuncia rigurosa de una mentira merezca menos crédito que las afirmaciones arbitrarias. Las redes sociales y los poderosos medios audiovisuales de nuestro tiempo amplifican los efectos de la propaganda hasta extremos inusitados, pero como explica Hannah Arendt en Orígenes del totalitarismo, la creación de una dimensión paralela donde las creencias desmienten a los hechos ya fue, en los años treinta, el motor de las ideologías totalitarias. Lo que tenemos ante nosotros no es una simple colección de mentiras, sino una institucionalización de la mentira, de la mentira que, en el instante de ser emitida, se blinda contra toda falsabilidad y se convierte en una estructura de Estado. En una entrevista en Le Figaro, el historiador francés Benoît Pellistrandi, conocedor de todas esas circunstancias, declara que el independentismo catalán no es más que un eslogan, y explica que “se ha alimentado de un populismo antiespañol alentado por el gobierno de Cataluña”. Esa es la verdad que las mentiras han apartado del campo de visión.
(Publicado en el Quadern de El País, 19-10-17)
He tenido acceso a este artículo y a Usted, en definitiva, por la mención que hace de ambos hoy Arcadi Espada en su habitual Cartas a K. de El Mundo. Mi más sincera enhorabuena por su tino profundo y certero.
Pingback: The Truth of Lies ~ Voices from Spain
Pingback: La verità delle bugie ~ Voices from Spain