Cuando escribió El mito trágico del «Angelus» de Millet a principios de los años treinta, Salvador Dalí ya conocía perfectamente a Freud y había leído a Lacan. Esa familiaridad con el psicoanálisis proporcionó a la natural inclinación paródica de su estilo un instrumento idóneo para dar expansión al propósito central de todas sus actividades: el escarnio sistemático de la cultura y la sociedad contemporáneas. En su ensayo, Dalí, que estos días vuelve a ser objeto de euforia mediática por la orden judicial que le obliga a salir del sepulcro, expone con vehemencia su obsesión por las figuras del cuadro de Millet, las cuales ve continuamente encarnadas en las rocas del Cap de Creus, las mantis religiosas, los guijarros de las playas, y una variedad prodigiosa de objetos, dibujos y fotografías. Esa obsesión —constata— no es únicamente suya sino de la humanidad en conjunto: el de Millet, en efecto, se ha reproducido miles y miles de veces en láminas destinadas a presidir comedores; en postales, cromos, vajillas. Ante el fenómeno, el espíritu científico del artista le lleva a preguntarse cómo es posible que una obra de aspecto “miserable, tranquilo, insípido, imbécil, insignificante, estereotipado al límite” pueda ejercer tal violencia sobre la imaginación, y para responderse procede a un análisis minucioso del Angelus.
Recurriendo al método de la paranoia crítica, de su propia invención, Dalí ve en el cuadro de Millet la plasmación del mito edípico del incesto con connotaciones de canibalismo. Los campesinos representados no rezan el ángelus sino que entierran a un hijo. Una radiografía del lienzo reveló que Millet había esbozado en el suelo una forma paralelepipédica que después decidió borrar; Dalí cree que no puede tratarse más que de un ataúd y que ese descubrimiento corrobora su tesis, que podemos resumir en los términos siguientes. La figura femenina del cuadro es una madre que ha mantenido relaciones sexuales con su hijo, como sugiere claramente la carretilla que tiene a sus espaldas, símbolo inequívoco de la sodomía. El hombre, que es a la vez hijo y marido, se cubre los genitales con un sombrero para disimular la erección que le producen las circunstancias, y a su lado el palo de una horca hincado en tierra evoca la elevación del falo. En medio de todo esto, y a modo de justificación, Dalí informa a sus lectores de que, siendo niño, su madre solía practicarle felaciones, y añade que lo mismo puede tratarse de un recuerdo como de un falso recuerdo. Lacan se interesó extraordinariamente por este ensayo daliniano y sus discípulos aún se refieren a él con admiración. Dalí, ciertamente, indicó un camino a seguir, pero su interpretación del Angelus de Millet no acaba de ser exacta. Hoy en día sabemos que en realidad el cuadro nos habla de la doble falocracia a la que se ve sometida la mujer en la sociedad heteropatriarcal.
(Publicado en el Quadern de El País, 06-07-17)