En la actual jerga académica, una revista de impacto es una publicación que, por su rigor científico y la escrupulosa selección de los artículos que le son enviados, acapara las aspiraciones de los investigadores universitarios necesitados de publicar sin tregua para mantener la cotización de sus currículums. Cogent Social Sciences (Ciencias sociales convincentes) es una revista de impacto porque lo declara ella misma y porque así se le reconoce. Hace pocas semanas —tuve noticia de ello gracias al blog de la Plataforma Tercera Cultura— esa publicación académica aceptó sin reservas un artículo titulado El pene conceptual como constructo social. En el abstract (resumen), los autores, la doctora Jaimie Lindsay y el doctor Peter Boyle, declaran que «el pene conceptual se entiende mucho mejor, no como un órgano anatómico, sino como un constructo social isomórfico de la masculinidad tóxica performativa», y para sostener esa tesis se centran en el fenómeno del cambio climático, propiciado por una hipermasculinidad identificable con el pene conceptual implicado en las dinámicas del poder patriarcal capitalista. No sé si el lector se va a sorprender cuando le diga que en ese artículo todo es de mentira: falsos son los nombres de los autores, falsas sus credenciales y falsas todas y cada una de sus afirmaciones. Ahora bien, que los evaluadores de una revista de impacto no sepan distinguir una parodia de un trabajo riguroso tiene una explicación muy convincente: buena parte de lo que se publica en el ámbito de las ciencias sociales es indistinguible de la parodia.
No es la primera vez que eso se pone en evidencia. Probablemente el lector recuerda el caso Sokal (1997), y no son pocos los críticos que, en libros y reseñas, no tuvieron reparo en denunciarlo, pero hace poco apareció en castellano una obra del filósofo inglés Roger Scruton, Los pensadores de la Nueva izquierda, que va mucho más allá de la simple denuncia. En este libro —reedición actualizada de uno anterior publicado en 1985—, Scruton traza la genealogía de esa forma de discurrir a la que él llama «máquina del sinsentido» con un rigor y una capacidad de análisis fuera de toda duda. Desde Sartre hasta Žižek, desde la Escuela de Frankfurt hasta los Estudios Culturales pasando por los posestructuralistas, en todos los casos identifica y demuestra alguna forma de absurdidad. A veces parcial, mezclada con ideas más o menos pertinentes; a veces, como en el caso de Lacan, total y absoluta, y es una pena que la edición castellana se ahorre el epígrafe que acompaña el título en el original inglés: Estúpidos, impostores y agitadores. En opinión de Scruton, los pensadores de la Nueva Izquierda no usan la lengua para argumentar, sino para impedir la discusión y la crítica mediante una oscura verborrea sin sentido, injertada de tópicos de la izquierda radical y altas dosis de paranoia psicoanalítica. Obviamente, Scruton es un facha.
(Publicado en el Quadern de El País, 08-06-17)