El programa

Ada Colau manifestó, hará cosa de un año, que estaba orgullosa de ser la primera alcaldesa bisexual de Barcelona, como si esa condición pudiera ser motivo de orgullo en una sociedad que garantiza el derecho de las personas a negociar libremente sus tendencias sexuales, y en la que las ideas que se dejan caer como una lluvia fina sobre la opinión pública más bien parecen destinadas a abolir la heterosexualidad. No hace mucho, la nueva directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, hizo esta declaración de intenciones: «La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino una herramienta política y social con una función muy concreta que las feministas denunciamos hace décadas: subordinar las mujeres a los hombres». Mientras tanto, en las universidades se impide la palabra a las voces discrepantes —como ocurrió recientemente en la Universidad Pompeu Fabra con el profesor Pablo de Lora— y se celebran coloquios donde se puede oír que el deseo heterosexual de las mujeres es una construcción social impuesta por el sujeto deseante, que no es otro que el hombre provisto de pene y a quien, en el momento de nacer, se le asignó el sexo masculino. Siendo, pues, esa la doctrina que se imparte una y otra vez con pretensiones científicas —la piel de cordero de la ideología de género es un tortuoso pseudoacademicismo—, la salvación de las mujeres ha de llegar forzosamente por la vía de integrarlas a todas en el colectivo LGTBIQ.

      En Sexual Personae, el clásico ensayo de Camille Paglia —publicado en 1990 y reeditado este año por Deusto en una excelente versión castellana de Pilar Vázquez—, se habla del uso desvirtuado de la androginia, una de las manifestaciones de la compleja sexualidad humana, por parte de un feminismo corrompido por la ideología de género: «Las feministas la han politizado convirtiéndola en un arma contra el principio masculino. Redefinida, en la actualidad quiere decir que los hombres tienen que ser como las mujeres, y las mujeres como les dé la gana».

      Esas palabras tienen un alcance mucho más amplio de lo que podría hacer pensar la ausencia de contexto, pero si las destaco es porque atestiguan que la destrucción de la masculinidad no es un objetivo reciente. Paglia se ha pasado la vida estudiando los fundamentos biológicos y antropológicos de la diferenciación sexual. Sus reflexiones, impulsadas por un conocimiento profundo de la historia de Occidente, son demasiado complejas para que puedan llegar a la opinión pública con la facilidad con la que llegan a ella las consignas del activismo radical, pero causa verdadera extrañeza que un programa tan maníaco como el que se nos quiere imponer se eleve cada vez a mayor altura en lugar de caer por su propio peso.

(Publicado en Quadern de El País, 20-02-20)

 

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