El más sustancial de los principios literarios que fundamentan las grandes obras narrativas del siglo XX es la voluntad de apartar al autor de los hechos y las circunstancias que presenta; de dar toda la autonomía posible al artificio verbal que ha de crear en el lector la ilusión de contemplar por sí mismo un mundo que no le es explicado sino mostrado con todas sus complicaciones. La exigente persecución de ese ideal poético, construido con la descripción profunda de los espacios, los caracteres y las fluctuaciones mentales de los personajes, es lo que da a la obra de Faulkner —de quien el escritor y crítico literario Ponç Puigdevall admiraba hace unos días en El País «los estallidos visionarios y las percepciones misteriosas de una prosa sinuosa y profundamente lírica»— su gran poder de atracción, y también es lo que hace que la obra del narrador uruguayo Juan Carlos Onetti, creador de un universo literario regido por leyes físicas parecidas a las de Faulkner, deba considerarse una de las más trascendentes de la literatura latinoamericana.
En los cuentos y las novelas de Onetti, como en los de Faulkner y otros que exploraron caminos semejantes, el extrañamiento del mundo, el movimiento en virtud del cual las cosas que ocurren en la ficción no son referidas por el autor según una relación lineal de causa y efecto, sino más bien impulsadas a la manera de un demiurgo que, después de crear el mundo, se desentiende de lo que pueda suceder en él, afecta a todos los resortes que articulan el relato. Actúa, en primer término, en la descripción, que hace presentes los objetos como quien, contemplando aisladamente los rasgos de un rostro familiar, se esfuerza por verlo como el de un desconocido; actúa en las divisiones y las fragmentaciones del punto de vista: el que narra puede no saber exactamente de qué está hablando, mentir a conciencia, engañarse a sí mismo o perderse en digresiones inútiles para la coherencia argumental; actúa en la percepción del tiempo: el pasado es presente, y el futuro inevitable —el destino— gobierna los designios de las mentes que se dispersan en las fantasías del odio, la culpa, el deseo, el temor.
En la obra póstuma de Ricardo Piglia Teoría de la prosa (Eterna Cadencia, 2019), pueden verse expuestos los misterios de esa forma de narrar, irresolubles en tanto que, por su propia condición literaria de misterios, no pueden ser reducidos a un sentido externo, pero perfectamente explicables en su función narrativa. El libro transcribe las sesiones de un seminario que Piglia impartió en 1995 en la Universidad de Buenos Aires, dedicado a estudiar, una por una, las novelas cortas de Onetti, y no hay que desaprovechar la ocasión de leer esos extraordinarios relatos acompañados de las valiosas observaciones de Piglia sobre la poética del extrañamiento, la naturaleza de la narración o la banalidad de la crítica interpretativa. «Si tuviéramos que imaginar un relato en el que todo quedara claro, estaríamos fuera de la literatura», dice. Y así es.
(Publicado en Quadern de El país, 30-05-19)