Todo lector de la obra de Proust conoce la mala impresión que su peculiar manera de escribir causó en un André Gide que había de decidir la publicación, en la Nouvelle Revue Française, de un primer tomo de lo que sería À la recherche du temps perdu. Dos años más tarde, en 1914, el propio Gide escribiría una carta a Proust para rectificar su error, reconocer el valor del manuscrito, y confesar que los prejuicios le habían enceguecido: le tenía por un esnob. Después supimos, por otras fuentes, que Gide y los responsables de la NRF no habían leído más que las primeras páginas del texto: se les antojó tan espeso, que no se vieron con ánimo de seguir. Otros editores no supieron encontrar en él más que la obra de un charlatán que podía alargar su incontinencia verbal hasta el infinito. El inconveniente, pues, era estilístico. Todo el mundo se encuentra indefectiblemente atrapado en las ideas del tiempo que le ha correspondido; ideas estéticas, políticas, sociales, culturales, que enturbian la percepción de lo que realmente tiene valor en arte y literatura: lo que no pertenece solo al tiempo presente, sino también al pasado y el futuro.
La Recherche fue por fin comprendida y editada por la NRF, y su estilo se fue imponiendo poco a poco. Los primeros pasos de la obra se pueden seguir en la correspondencia de Proust con su gran amigo, el escritor, crítico y editor Jacques Rivière, que en aquellos momentos empezaba a dirigir la NRF. Esas cartas, admirablemente editadas, prologadas y traducidas al castellano por Juan de Sola y publicadas hace pocos meses por Ediciones La uña rota, muestran la amistad y el coraje de dos hombres enfermos —Proust encaminándose ya hacia la muerte; Rivière, presa de una crisis nerviosa— que se extenúan para llevar a cabo un extraordinario proyecto literario, y ofrece a los estudiosos la satisfacción de conocer los criterios de Proust y Rivière sobre la edición de la Recherche, pero también permite el reencuentro con las ideas esenciales de la poética proustiana: la captación de todos los planos psicológicos y morales de los personajes, de todos los matices de los sentidos con los que experimentamos las cosas del mundo, la captación del tiempo: la necesidad de la digresión. Algunos académicos han atribuido la extensión de las frases de la Recherche, que en ocasiones pueden ocupar más de una página, a la condición asmática del autor; otros, a la decadencia de la aristocracia, y me temo que tampoco habrán faltado los que, a pesar de la homosexualidad de Proust, habrán visto en ellas las maléficas contorsiones de la serpiente heteropatriarcal. Son ideas de nuestro tiempo, afectadas como nunca de fiebres ideológicas. El estilo digresivo, cargado de símiles, metáforas y figuras de pensamiento, y sostenido por un ritmo que lo articula y lo pone en movimiento, es la negación de casi todo lo que ahora se confunde con la cultura. Por eso, en escuelas y facultades, donde el adoctrinamiento no es solo político, ya hace años que la frase larga fue declarada non grata.
(Publicado en el Quadern de El País, 12-04-18)