La letra de Blowin’ in the Wind, de Bob Dylan, es una síntesis perfecta de los insulsos sentimientos que la juventud de los años sesenta hizo pasar por ideas avanzadas, con un éxito tan formidable que, cincuenta años más tarde, siguen siendo el alimento intelectual básico del malestar popular con el Sistema. Buena parte de las letras de las canciones de Bob Dylan beben de las fuentes del Antiguo Testamento, y a veces el rumor de las aguas bíblicas las elevan a cierta altura poética, pero no es el caso de Blowin’ in the Wind, tal vez la más conocida de sus canciones; Blowin’ in the Wind está impregnada de cristianismo, pero de un cristianismo flácido, más de beata que de profeta. No es extraño, pues, que haya sido uno de los productos de los sesenta que más han contribuido a modelar las ideas fijas del progresismo catalán, que desde sus orígenes siempre ha tenido un pie en el socialismo y otro en las catequesis. La afirmación no es exagerada: durante más de una década, Blowin’ in the Wind sonaba y resonaba en los trenes y los autocares que transportaban excursionistas, y en los centros parroquiales donde los excursionistas pasaban las tardes del sábado y el domingo en que, por un motivo u otro, se quedaban sin excursión. Sonaba en versión catalana, con unos acordes mal rascados y una melodía más relamida y alegre que la del original, como si estuviese pensada para cantar en grupo a ritmo de hola y con los codos entrelazados. Sin embargo, la diferencia más sustancial entre la canción de Dylan y el himno progresista y encatalanado que la suplantaba se encuentra en la letra, y muy especialmente en los dos primeros versos. La versión inglesa dice así:
How many roads must the man walk down
Before you call him a man?
Mientras que la catalana coge este aire:
Per quants carrers l’home haurà de passar
abans que se’l vulgui escoltar?
La letra de Dylan —hay que leerla entera— proclama, entre otras cosas, que el hombre no llegará a ser hombre hasta que no haya dejado de disparar balas de cañón, hasta que no tenga oídos para escuchar el llanto de los otros hombres; hasta que en verdad no vea el cielo cuando alce su mirada, y hasta que la paloma de la paz no pueda descansar finalmente en una playa después de atravesar mares y mares. De semejante tenor eran y son todas las letras de las canciones de protesta, de modo que ya ven cómo hay que ser para dejarse poner la piel de gallina al escucharlas. A pesar de todo, hay que conceder que el concepto del hombre que tiene el joven Dylan comporta, por lo menos, la idea del camino de perfección, una idea muy loable por el buen deseo que la anima y que tal vez sea más cristiana que izquierdista, pero que también se halla en el fundamento de todas las utopías políticas, de derechas o de izquierdas, que hicieron caer tantas bombas en el siglo XX: la implacable transformación del hombre en el hombre nuevo. Ahora bien —y la distinción es muy importante—, en la visión judeocristiana de Dylan, el hombre debe perfeccionarse por si solo, siguiendo su propio camino, pero solo el viento sabe cuándo será capaz de hacerlo, y francamente tranquiliza mucho que sea el viento, o Dios, y no un ideólogo cualquiera el que tenga la respuesta.
Los dos versos que encabezan la versión catalana de Blowin’ in the Wind transportan, como el lector ya habrá observado, un mensaje diferente al del original, pero guardan con mayor fidelidad las esencias de la izquierda alternativa: el hombre es bueno y sabio por naturaleza; el único problema es que no le quieren escuchar. Si le escucharan se acabarían al instante todas las guerras. En la versión inglesa, el hombre es el culpable; en la catalana, el hombre es la víctima.