Un caso único

1

Debo de ser el único escritor de la historia que ha pasado por la extraña situación de verse plagiado por cinco doctores y un licenciado. No tengo prueba documental alguna de ser un caso único en la historia, pero convendrán conmigo que es altamente improbable que alguien, antes que yo, se haya encontrado en tan singular situación.

         El hecho se produjo el sábado 27 de abril de 2013 y lo descubrí de un modo bastante fortuito. Compro la prensa del día para leerla mientras desayuno en una cafetería y, más pendiente del café con leche que de la lectura, hojeo distraídamente un suplemento de La Vanguardia llamado «Estilos de vida» que no recuerdo haber leído nunca antes de ese día. De repente mis ojos se posan en un artículo de divulgación científica que habla de la imitación como «una de las habilidades clave de la especie humana». El tema me interesa enormemente, hasta el punto de que le dediqué mi último libro (Imitació de l’home, La Magrana, 2012), después de haberlo tratado en algunos artículos y en un blog que precedió al libro y que llevaba su mismo título. Me puse a leer con impaciencia lo que tenía ante mis ojos y, al poco, empecé a sentir la extraña sensación de leerme a mí mismo. Primero —aunque solo por unos segundos— creí que el artículo hablaba de mi libro. No tenía por qué hacerlo, por supuesto; pero, siendo La Vanguardia el único diario catalán que no había hablado de él, resultaba verosímil que le dedicara algunas líneas. Lo repaso todo con atención y compruebo que no hay rastro ni de mi nombre ni del título del libro. Cada vez más perplejo por lo que voy descubriendo, localizo frases que me parecen casi idénticas a las mías. Y aquí el casi es  de suma importancia porque revela la artera voluntad de los autores de maquillar ligeramente el texto con la pueril esperanza de conseguir que el plagio pase desapercibido o no se pueda considerar tan plagio. Los que damos clase en la universidad conocemos muy bien esa técnica porque algunos estudiantes —una minoría para ser justos— la dominan de un modo ejemplar.

      Una vez releído el artículo con minuciosa atención, constato que el sorprendente plagio de que he sido objeto se presenta bajo dos modalidades: la de la copia parcial del texto y la de la reelaboración a partir de las mismas ideas y los mismos referentes de la fuente saqueada. La conjunción de los experimentos con chimpancés de Horner y Whiten y del descubrimiento de las neuronas espejo por parte de Giacomo Rizzolatti con las observaciones de Aristóteles, el pensamiento de Witold Gombrowicz o las ideas de Adolfo Bioy Casares constituye una singularidad que es muy improbable que alguien pueda repetir de manera casual, y se da el caso que esos referentes que acabo de citar son parte sustancial de Imitació de l’home y lo son asimismo del artículo de los cinco doctores y el licenciado; titulado, por cierto,  «A nuestra imagen y semejanza».

      Si me preguntaran qué me parece ese artículo construido a imagen y semejanza mía, podría contestar como lo hizo —según refiere Baltasar Gracián— el poeta Gregorio Silvestre hallándose en similar circunstancia: «(…) Cuando leyéndole un versificante una poesía, hurtada dél, como suya; y preguntándole, qué le parecía? Respondió, que me parece». (Agudeza y arte de ingenio, Discurso XXXIII, «De los ingeniosos equívocos»). Ahora bien, el artículo en cuestión se me parece en algunas partes; otras, en cambio, contienen ciertas cosas que yo no diría nunca, lo cual todavía redobla mi grado de indignación, porque los autores del texto se apropian del grueso de mi trabajo para valorar el papel de la imitación en la experiencia humana en un sentido sensiblemente distinto del que tiene en mi libro. Y aún añadiré que mi punto de vista sobre el mundo es el de un escritor, no el de un científico, y que, en consecuencia, el colectivo formado por un biólogo, un neurólogo, un neurocientífico, dos psiquiatras y un psicólogo (cinco doctores y un licenciado) que, con el nombre de «Cervell de sis» («Cerebro de seis»), se apoderan de mis palabras con la pretensión de hacer divulgación científica, cometen un doble fraude: el de plagiarme a mí y el de estafar al lector. No deja de ser extraordinario, por otra parte, que el destino de un libro que habla de la copia haya sido finalmente el de ser copiado.

 2

Mi primera reacción cuando me encontré ante ese estado de cosas fue la de buscar asistencia legal para presentar una denuncia contra los autores del artículo, y me puse inmediatamente en contacto con un equipo de abogados. Los abogados, después de leer el breve informe que les mandé y de tomar en consideración los pros y los contras de las posibles maneras de actuar que ofrecía el caso, constataron en primer lugar que el plagio era evidente y grave, y me aconsejaron en segundo lugar que antes de emprender una acción judicial intentase llegar a un acuerdo. Ante pruebas tan contundentes cualquier juez me daría la razón, pero entonces la otra parte presentaría recurso y tardaríamos años en tener una sentencia en firme, la cual, cuando llegase, se limitaría a obligar a La Vanguardia a publicarla, y a los autores del artículo, a pagar una indemnización que no sería precisamente para ponerse a saltar de alegría.

      Ante un panorama tan triste, me pareció razonable optar por la vía del acuerdo. ¿En qué iba a consistir ese acuerdo? Pues simplemente en una rectificación pública por parte de los plagiarios,  y yo estaba bien dispuesto a aceptar, por muy lamentable que fuera, que esa rectificación presentase una forma eufemística y vaga, ya que un acuerdo siempre comporta la renuncia a una parte de lo que uno cree en justicia que le corresponde; ahora bien, a cambio de una concesión tan importante como esa, no parecía una pretensión exagerada sugerir a La Vanguardia que, para compensar el mal causado a mi libro, le dedicase un cierto espacio en su suplemento literario o donde los responsables del diario lo consideraran más oportuno.

        Tras intentar localizar durante largo tiempo a los autores del plagio —algunos de esos doctores tienen el mal vicio de parapetarse detrás de una secretaria antipática para evitar toda posibilidad de dar la cara—, mi abogada consiguió hablar finalmente con el doctor David Bueno, que se acabó identificando como el principal responsable de la redacción del texto. Lo que no reconoció el doctor Bueno —célebre genetista de generosa proyección mediática— es que se pudiera hablar de plagio. Tal vez la lectura de Imitació de l’home, que por supuesto le había parecido un libro digno de todos los elogios, había dejado en su cerebro unos rastros inconscientes que después la memoria involuntaria había transformado en frases casi idénticas —recordemos la importancia del casi— a las del libro. El doctor Bueno no lo expresó exactamente en esos términos, pero es la única forma plausible de interpretar sus excusas. Sobre el tipo de sinapsis capaz de producir tales efectos, quizás podrían arrojar alguna luz los neurofisiólogos que firman con él el artículo «A nuestra imagen y semejanza».

        Como se comprenderá, no estaba en manos del doctor Bueno que La Vanguardia se aviniera a publicar alguna pieza periodística relacionada con el libro, de manera que me doblegué a aceptar una carta de disculpa que distaba mucho de reconocer la verdad, con el convencimiento de que La Vanguardia no se podía negar a una demanda tan modesta como la mía. Gran error. Mi abogada enseguida intentó ponerse en contacto con la dirección del diario, y fue a parar al señor Alfredo Abián, que ostenta el cargo de vicedirector. Lo ostenta y supongo que también lo ejerce, pero mucha gente me ha dicho —yo no he tenido nunca el gusto de conocerle— que el hombre se caracteriza por no resolver nunca nada. «Te han puesto una pared», me dijo uno que tuvo con él un trato personal. «No pierdas el tiempo», me dijo otro que daba la impresión de saber muy bien  de que hablaba. El diagnóstico del personaje es coincidente con el retrato que hace de él Ramón de España en El manicomio catalán, un libro que de paso me permito recomendar vivamente al lector. Abián, sin comprometerse a nada, no negó la posibilidad de atender mi demanda. Después, como todos los hombres importantes, dejó de ponerse al teléfono.

         Yo llegué a un acuerdo verbal con el doctor Bueno y él cumplió su parte. Me vería obligado —por una cuestión de honor, no por motivos legales— a respetar los términos de ese acuerdo, que yo entiendo que son los de no presentar denuncia contra él a cambio de la publicación de su carta de disculpa, si no fuese porque la cosa no acaba ahí. Se da la circunstancia de que el doctor Bueno ha mantenido colgado el artículo que plagia descaradamente mi libro en el espacio personal de que dispone en la web de la Universidad de Barcelona. Mientras tanto, en Harvard y en otras universidades del mundo, los estudiantes que cometen un plagio son inmediatamente expulsados. Sin haber adoptado de momento medidas tan drásticas, en los centros universitarios de este país hay cada vez más conciencia de la necesidad de endurecer las sanciones contra esa práctica fraudulenta que La Vanguardia, el doctor Bueno y los otros científicos que le acompañan parecen considerar perfectamente normal.

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6 respuestas a Un caso único

  1. Manuel dijo:

    Señor Toutain, he llegado a esta entrada de su blog desde el de Arcadi Espada.

    Encuentro vergonzoso que un medio de comunicación como La Vanguardia y una universidad como la de Barcelona permitan lo que usted relata aquí. Es, como usted bien dice, una falta de respeto al autor (al verdadero autor) y a los lectores. También es una muestra de esa idiosincrasia española tan nuestra: la de la valoración de la picardía mucho antes que el esfuerzo, la inteligencia, el talento o desde luego, la honestidad.

    No hace mucho finalicé un programa de postgrado en la Universidad de Liverpool. Durante dos años y medio tuve que realizar numerosísimos trabajos (al menos dos por semana) que en la mayoría de los casos implicaban la redacción de textos, los cuales, por supuesto, habían de ser «cosecha propia». En los últimos seis meses además, tuve que hacer mi disertación. En dicha universidad, una de las cosas (sino la más) peor vistas es el plagio, el cual puede significar, en función del grado de copia, desde suspender un curso (si en un único trabajo entregado se detecta cierto grado de plagio) a ser simple y llanamente expulsado. Cuando se utilizaba el trabajo de otro autor éste debia ser convenientemente citado.Todos los trabajos que entregaba debían pasar antes por una herramienta que analizaba el contenido comparándolo con el de cientos o miles de bases de datos en Internet que comprendían libros, otros trabajos, artículos o incluso simples textos de páginas webs, para encontrar «similitudes». Por supuesto que se daban «similitudes» pero éstas debían de estar referenciadas. Una vez sometido el trabajo al «analizador» éste se entregaba al profesor correspondiente sin cambiar una sola coma, de modo que no se pudiese hacer un «prueba y error» con el analizador hasta que diera un resultado satisfactorio. De esta manera se intentaba garantizar que los trabajos de otras personas estuvieran convenientemente reconocidas al ser citados en el trabajo propio y que éste fuera, mayoritariamente, propio. Es evidente que un trabajo basado exclusivamente en citas, por muy bien que estuvieran referenciadas no podía suponer un aprobado, pero lo peor, desde luego, era presentar un trabajo como propio siento en realidad una copia más o menos disimulada a uno o varios autores. Eso habría supuesto la expulsión de la universidad, en función de su nivel de plagio.

    La comparación con la Universidad de Barcelona, es bastante dolorosa: en ésta se permite la trampa no ya a los alumnos, sino a los propios investigadores, se continua valorando más la picardía que cualquier otra cualidad.

    Para finalizar, quisiera solidarizarme con usted y desearle una resolución satisfactoria de este lamentable asunto.

  2. La mejor protesta que se me ocurre es comprar su libro ¿Va a hacer versión en castellano?

  3. srgs dijo:

    ¿»frases casi idénticas»? Hay programas de comparación de textos que indican si hay o no hay plagio. De ello se ocupa la lingüística forense. En la Universidad Pompeu y Fabra imparten un máster sobre la materia (http://www.idec.upf.edu/master-universitario-en-linguistica-forense). Si no desea tomar medidas legales, no lo haga, pero sí que debería divulgar que esos «científicos» plagian. Así, la reputación de esos señores, basada en razones que poco tienen que ver con la ciencia y mucho con la picaresca, la caradura, la falta de escrúpulos, etc…, serán conocidos como lo que son y perderán su crédito.

  4. Venancio Buesa dijo:

    Estimado señor Toutain,

    le propongo un trabajito: coja su libro y compárelo con el artículo en el que le plagian utilizando las herramientas informáticas que le propone D. srgs o con otras de uso habitual. Luego mande el resultado con los comentarios que le parezca a algún Journal del ramo.

    Por cierto, si lo hace, no olvide ponerme en los agradecimientos.

    saludos

    Venancio

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