En el artículo «Entre Riba i Mallarmé» (reproducido en Apunts en net, Quaderns Crema, 1991 y en Papers sobre Carles Riba, Quaderns Crema, 1993), Juan Ferraté habla del objetivo que ha de perseguir el crítico en el comentario de un poema que no se propone la exposición de un pensamiento interpretable «en términos de la humanidad común», es decir, identificable con la lógica de la experiencia compartida, sino la construcción de un objeto verbal autorreferente o solo referente a la tradición poética. Lo dice justo antes de ponerse a comentar un impenetrable soneto de Carles Riba (el II de Salvatge cor), que dejará de ser impenetrable cuando con el comentario de Ferraté se vea que el poema no habla sino de la propia creación poética y que lo hace aludiendo a un célebre soneto de Mallarmé del que adopta más de un recurso. Esto es lo que dice Ferraté:
[…] La naturaleza de los poetas es idiosincrática (y de ahí les viene que quieran ser poetas, y no unos buenos padres de familia, y nada más). Y es esa idiosincrasia lo que hace que a menudo, mucho más que decir algo que merezca la pena ser escuchado, les interese hacer, con el recurso de la lengua, un objeto que a ellos les satisfaga, porque les parece divertido como chiste, o porque reluce como una joya barata, o porque alcanza un grado de ampulosidad bastante excelso, o simplemente porque es, evidentemente, del todo ininteligible.
Ante una obra de suficiente complejidad que presente como predominante alguno de los rasgos que acabo de enumerar, el objetivo de la lectura por fuerza deberá ser otro. La interpretación, ahora, deberá orientarse más bien hacia la explicitación del juego, serio o frívolo, que sostiene la estructura de la obra como objeto «artizado», dejando de lado o como máximo situándolos en su papel meramente subsidiario, cualesquiera elementos del sentido a los cuales, en otras circunstancias, tal vez habría que atribuir el mayor relieve. La interpretación en términos de la humanidad común pierde, ante la obra como mero artificio, todo su poder y todos sus derechos. Es lo que quería conseguir el poeta, quien muy bien sabe que su éxito significa que podrá desentenderse por completo del asunto a la vez que, plenamente satisfecho consigo mismo, se ríe con todas sus ganas.
La distinción entre lo que se dice y lo que pasa, con que he titulado este conjunto de notas sobre el arte literario y el problema del sentido, presupone la distinción entre decir y hacer. El poema es un objeto y, en tanto que objeto, no transmite un mensaje sino que se muestra, pasa, y esta naturaleza obliga al lector a leer de una manera distinta de la que motiva, en cualquier otro tipo de texto, el interés por los hechos descritos. Y el crítico —que, además de leer, debe explicar— intentará descubrir el juego «que sostiene la estructura de la obra», que es lo mismo que se procura hacer cuando se explica una pintura, una composición musical o una obra arquitectónica.
La obra de Mallarmé cumple, en uno u otro grado, todas las características que enumera Ferraté cuando explica en qué consisten aquellos poemas que se han escrito con la voluntad de hacer y no con la de decir. Uno de sus poemas, un soneto de arte menor publicado por primera vez tres años antes de la muerte del poeta, fue considerado durante mucho tiempo el más hermético de su obra, lo cual si fuese cierto implicaría que se trata de uno de los poemas más herméticos —o hasta puede que el más hermético— de toda la poesía moderna. Es este:
À la nue accablante tu
Basse de basalte et de laves
À même les échos esclaves
Par une trompe sans vertu
Quel sépulcral naufrage (tu
Le sais, écume, mais y baves)
Suprême une entre les épaves
Abolit le mât dévêtu
Ou cela que furibond faute
De quelque perdition haute
Tout l’abîme vain éployé
Dans le si blanc cheveu qui traîne
Avarement aura noyé
Le flanc enfant d’une sirène
[Mudo ante la abrumadora nube / Cargada de basalto y de lavas/ Ante los mismos ecos esclavos/ De una trompa sin virtud/ Que sepulcral naufragio (tu/ Lo sabes, espuma, mas le escupes)/ Supremo uno entre los restos/ Abolió el mástil desnudo/ O es que furibundo a falta/ De alguna perdición alta/ Todo el abismo vano desplegado/ En tan blanco cabello que arrastra/ Avaramente habrá ahogado/ El flanco infantil de una sirena]
Quizá precisamente por su fama de ininteligible, este poema es uno de los que más han motivado el afán de los críticos por hallar explicaciones compatibles con el sentido común. Se trata en efecto de un soneto bastante complejo. Para empezar, incluso los mismos franceses pueden tomar el tu que cierra el primer verso por un pronombre personal de segunda persona, cuando en realidad es el participio pasado del verbo taire, «callar», y la alteración del orden sintáctico puede confundir a más de un lector. Estas no son las mayores dificultades que presenta, pero con algo de paciencia se puede dejar su lógica al descubierto. Hay, de hecho, un acuerdo general bastante sólido en la distinción de los principales factores del soneto. Todo su juego conceptual descansa en el hecho de que la segunda parte pone en duda lo que ha proclamado la primera. Los dos cuartetos constituyen —como los tercetos— una sola frase, y el verbo principal de esta frase es abolit, cuyo sujeto es obviamente Quel sépulcral naufrage. Los otros elementos de estas estrofas —la dramatización del naufragio ante la nue accablante, o el desprecio de la espuma que escupe sobre los restos: : …(tu/ Le sais, ecume, mais y baves)—, sin ser en modo alguno accesorios desde el punto de vista poético, no alteran la línea argumental del soneto.
Los dos tercetos también constituyen una única frase cuyo sujeto es Tout l’abîme vain éployé y su verbo principal, aura noyé. Esta frase es el núcleo de una pregunta: ¿realmente ha naufragado un gran bajel —el máximo símbolo de la aventura poética en el universo de Mallarmé—, o las olas furibundas no han engullido más que le flanc enfant d’une sirène, una fantasía que se desvanece antes de haber empezado a crecer. A falta de un trofeo más importante («a falta de una perdición alta») la vana demostración de fuerza del abismo solo ha servido para destruir lo que aún no había llegado a ser.
Hasta aquí, la interpretación más sensata de este soneto en términos argumentales. Fijémonos que, fuera de la identificación de la idea de bajel con la aventura poética, no ha habido una interpretación de sentido, sino que tan solo se ha descrito lo que pasa en él: un naufragio o la ilusión de un naufragio.
Parece bastante plausible, casi inevitable, que ese estado de cosas nos lleve a deducir el fracaso de una aventura poética —de la idea de poesía total, capaz de abolir el mundo, que Mallarmé había soñado—, y la duda del poeta sobre si realmente esa aventura fue algo más que el embrión de una quimera. Y aún podríamos añadir que ésta es necesariamente la visión de un hombre que ya ha empezado a envejecer; que le si blanc cheveu qui traîne es a un tiempo la espuma del mar y el paso del tiempo que todo lo arrastra consigo, y que esta apreciación del papel que juega ese cabello tan blanco en todo el conjunto nos podría llevar a considerar que el tema del soneto es el naufragio de las vanas ilusiones de juventud sepultadas por los años. Ahora bien, yo creo que la crítica ya ha cumplido su función en cuanto ha indicado cómo hay que leer filológicamente y estructuralmente el poema. Todo lo que se añada después ya será, en términos literarios, un abuso de confianza.