Epifanía

Aludiendo a los cinco diputados socialistas que se abstuvieron en la votación de la Propuesta de Resolución de aprobación de la Declaración de Soberanía del Pueblo Catalán (el reparto de mayúsculas es del original), el diario «Ara» publicó una crónica con el título «Los cinco diputados que querían dormir tranquilos». Otros se preguntaban en las tertulias si los que votaron en contra de la Declaración habían pensado que algún día tendrían que explicarlo a sus hijos. ¡Y a sus nietos! Ven nítidamente dibujada en el horizonte una Cataluña soberana y feliz. Llegan a acercar los ojos hasta las ventanas de las casas; ven abuelos con pipa junto al hogar y un montón de nietos sentados en corro a sus pies, las mejillas radiantes de salud campesina. Los ven y les oyen (con voz de actor de anuncio que encarna la sabiduría de los años): «Pues claro, hijitos míos, claro que voté la Declaración de Soberanía para que vosotros pudierais gozar de plenitud nacional». A los pobrecillos que se abstuvieron o votaron en contra también les ven. Son almas en pena, viejos taciturnos de largas caras que arrastran los pies, apesadumbrados por el sentimiento de culpa.

Sí. Los que han apoyado la Declaración de Soberanía, con su voto o su palabra, viven plenamente el gozo espiritual del que se sabe protagonista de la historia, se sienten como Lincoln firmando la abolición de la esclavitud, como los miembros de la Assemblée Nationale proclamando la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Y una articulista encargada de velar, en nombre del pueblo (“We, the people…”), por la salud moral de sus conciudadanos se pregunta si los socialistas han decidido «sacrificar a Cataluña para ganar España».

Contemplan a los que no les siguen con la repugnancia moral con que contemplarían al que, pudiendo salvar la vida de un niño enfermo, se negara a prestar auxilio. Hablan con el aliento de un espíritu que, tras haber soplado durante casi dos siglos en las conciencias de los catalanes los valores fundamentales de la tribu, pudo al fin encarnarse en el cuerpo de un entrenador de fútbol. Sin esta epifanía nunca se habría llegado tan lejos.

 

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